26 de abril de 2010

Discursos sobre la discapacidad: la esquizofrenia planificada del poder

Cuando una persona tiene una discapacidad (física, mental, sensorial o visceral) empieza a ser colonizado por un discurso altamente esquizofrénico. Y es que la persona se encuentra ante una sociedad en la cual los discursos sobre la diversidad y la integración son ampliamente difundidos. Así, pareciera que se trata de una sociedad más abierta e integradora. Sin embargo, estos discursos integradores esconden un mecanismo perverso. La falta de acciones concretas en donde estos discursos se materialicen son el primer indicio de esto.

Detrás “del verde valle de la multiculturalidad” y los discursos políticamente correctos, se encuentra el oscuro desierto de la marginación y la exclusión. En este árido medio, el discurso del “tu puedes” nos apela para que nos centremos en nosotros mismos como portadores de un padecimiento y que creamos que la integración y la dignidad solo es un problema de cuanto nos hemos esforzado para lograr dichas metas, desconociendo la hipoteca social que recae sobre toda la comunidad en la responsabilidad que cabe en las políticas de inclusión. Así muchos y muchas nos esforzamos para llegar “al podio de los aceptados” realizando esfuerzos que solo tienen sentido ante los ojos de los demás.

Se trata de la trampa de “la goma de borrar”. Como personas con discapacidad podemos integrarnos en “el hermosos valle” a cambio de que mantengamos en silencio nuestros cuerpos. Un silencio para no incomodar, un silencio para encajar, en definitiva, un silencio como chantaje a cambio de la integración. Con estos mecanismos no solo se silencian nuestras experiencias particulares sino que se diluye el problema fundamental: LA DISCAPACIDAD ES UN PROBLEMA SOCIAL.

Este problema atraviesa diferentes aspectos sociales de forma vertical. Desde la problemática de género podemos advertir que la discapacidad física, mental y sensorial afecta directamente “el ser masculino” que dentro del patriarcado se impone a todos los varones. El cuerpo del varón con una discapacidad parece despojado de toda posibilidad de acceder al podio de los machos. El cuerpo de algunos de nosotros parece lavado por una especie de “lavandina anti deseo” que nos deja limpios como un objeto de laboratorio asexuado, mientras que a otros se nos impone una sexualidad desde las familias que poco tienen que ver con nuestros deseos y tiempos. A la lavandina se le suma el discurso falocentrico que se nos impone, “solo serás sexualmente feliz si logras una buena erección y mucho mas si logras tener un esperma apto para la procreación” negando otros aspectos de nuestro cuerpo y sexualidad. La dificultad de acceder a la esfera del trabajo agrava esta situación ya que nos quita la posibilidad de lograr una autonomía económica.

En el caso de la mujer con discapacidad muchas veces las particularidades de su cuerpo agrava la vulnerabilidad que el sistema capitalista patriarcal impone a la mayoría de las mujeres. Además de quedar afuera de los cánones de belleza que la sociedad impone, (siendo lavados sus cuerpos con la misma lavandina anti deseo similar a la del varón) y de ponerse en cuestión su capacidad de dar y recibir placer, de ejercer la maternidad, y su capacidad laboral, la mujer con discapacidad puede estar más vulnerable a la violencia domestica.

A todo esto se le suma las innumerables barreras arquitectónicas que transforman a las ciudades en verdaderas cárceles. Al no poder acceder plenamente a nuestros derechos a transitar, muchos y muchas nos enfrentamos a una clara violación de nuestras libertades ambulatorias garantizadas en la declaración universal de los derechos humanos y la normativa internacional concordante, en consecuencia, al peligro de quedar confinados/as a la esfera domestica sin poder desarrollar nuestras capacidades plenamente. Quizás el monumento a las restricciones arquitectónicas más claro sea el edificio de nuestra universidad nacional de Mar Del Plata la cual en vez de una casa de altos estudios se asemeja más a un laberinto darwinista donde solo los más aptos pueden llegar al conocimiento. A las arquitectónicas debemos agregar las barreras informativas que se traducen en carteles ilegibles, señales poco claras para las personas con disminución visual, la falta de interpretes de lenguas de señas en las clases que se dictan en establecimientos públicos, lo que hace inviable un verdadero proceso de integración educativo, cultural, social y laboral de las personas con discapacidad.

Muchas herramientas tecnológicas pueden asegurarnos una mayor plenitud en cuanto calidad de vida. Pero en el sistema capitalista dichas herramientas quedan relegadas a una minoría casi irrisoria mientras que los que hablan de integración y tolerancia nunca se plantean la necesidad de acercar dichas herramientas a nuestra comunidad. Con respecto a esto, es lamentable que cierto pensamiento naturalista de izquierda no contemple esta visión sobre la tecnología. A veces, lo que para algunos es solo objeto de consumo para otros y otras es vital, como verdaderas prótesis electrónicas.

A este problemático panorama creemos que es necesario comenzar a enfrentar rompiendo el silencio, pudiendo transmitir y problematizar nuestra realidad. Ya estamos cansados y cansadas de estar presos y presas en las ciudades, de quedar afuera de todas las agendas de izquierda, de estar mas cerca de la línea de pobreza, de que nos interpelen con discursitos bonitos y por sobre todo de ser portadores y portadoras de un silencio que sabemos no es completamente nuestro fundamentalmente es de ustedes.

21 de abril de 2010

Excluidas o protegidas: Vagones “exclusivos” para mujeres en la ciudad de Buenos Aires


Esta contribución fue escrita para el programa LA Flor Y NATA de Radio Universidad. El mismo fue reproducido en el programa trasmitido el martes 20 de Abril de 2010.


Hace unos días se publicó en los medios de comunicación una noticia que nos hace pensar e incita a resistir: ¿Qué lugar ocupan las mujeres en la vida pública para algunos sectores sociales? ¿Cómo construyen imágenes a partir de ese lugar asignado? y ¿Qué imagen de las relaciones entre los géneros da?

La noticia que recorrió los periódicos y los noticieros fue la propuesta de Gerardo Ingaramo, diputado en la ciudad de Buenos Aires por el PRO. La misma hacía referencia a la designación de un vagón del subte, especialmente de la línea H, para uso exclusivo de las mujeres y niños menores de 12 años. Esta línea a diferencia de las demás, que permanece en construcción, está bajo la jurisdicción del gobierno de la ciudad. Tal propuesta se pretende justificar dentro de los “niveles de violencia”, especialmente abusos sexuales, cuyos antecedentes se registran en 2006 con tres denuncias en la línea D y B. La propuesta ya se pone en práctica en otros países como India, Rusia, Filipinas, Japón, México y recientemente Brasil.

En palabras del autor del proyecto "La iniciativa busca crear las condiciones necesarias para evitar posibles casos de acoso en los subterráneos. El frecuente abarrotamiento de gente en el transporte público, sobre todo en horas pico, contribuye a que los casos de acoso y manoseo se multipliquen". Aclaró, por otro lado, que tal iniciativa se realizaría específicamente en esos horarios donde el movimiento de personas es mayor.

Ahora bien, ¿es necesario y conveniente que se piensen y se lleven a cabo estas iniciativas?

La idea de instalar un vagón exclusivo de mujeres y niños parece una medida de principios de siglo, y no precisamente del XXI. ¿Cuál es la idea que subyace en este cuestionamiento y dan inspiración a esta columna? Precisamente la aberración que esto genera. Si bien, no se pone en duda los abusos, ni aquellas sensaciones que las mujeres sienten una vez que suben a los micros, subtes o cualquier medio de trasporte, si se pone en duda que este proyecto sea la solución y no signifique otro tipo de agravios.

Las imágenes que desprenden de esos vagones representan un imaginario social. Las mujeres cercenadas a espacios públicos reducidos, donde la participación de las mismas se encuentra relegada y puesta en discusión permanente. Pensado a través de un color que distingue: el rosa, supuesto universal de mujer, cuya tonalidad recrea la concepción de lo femenino: amor, sensibilidad y maternidad. Intentado con esto la comodidad y la exclusividad de utilizar “su espacio”, esta referencia se hace explicita porque todos los vagones llevan ese color como distinción.

La posición del hombre como sujeto acosador en el proyecto no es problematizada, sólo se menciona el nuevo lugar que la mujer ocuparía. El hombre es el intocable en esta relación, ya que se le dejan los mismos derechos y espacios que hasta ahora tienen. La imagen de hombre asediado por su instinto natural incontenible que asecha a la presa, indefensa por su condición, y la concepción del abuso sexual justificado por medio del amontonamiento, dejando a un lado la justificación que subyace: el simbolismo de género. Siguiendo con la propuesta de Ingaramo, si este sistema se implementase en horarios picos, ¿qué pasa con aquellas mujeres que deben trasladarse en otros horarios, no se trasladan o transgreden los espacios, incitando a que los hombres hagan de ella, lo cual coincidiría con la imagen de la mujer libertina? O deben por su condición de mujer optar por recluirse al ámbito de lo privado, donde las perversiones no tocan la puerta…o por lo menos no son del espacio público, por lo tanto no es lugar donde la política tenga que dar soluciones…

Por sobre estas ideas, creo que la imagen que se desprende de esta iniciativa es la relegación, la culpabilización y exclusión de la mujer de un ámbito público que “es para todas y todos”. Su ámbito no está en estos espacios, sino en la casa al cuidado de los demás, especialmente los niños. Reproduce la contención y el sometimiento a las decisiones paternalistas. También la idea de la mujer culpable de la tentación del hombre, la imagen de Eva, la tentación hace corruptibles a los hombres castos.

La construcción de un espacio de reclusión para mujeres no aleja los problemas que se quieren ocultar. La educación y la cultura deben modificarse para que estos acontecimientos no se produzcan. Los espacios deben ser iguales para todos. Las decisiones y los proyectos deben incluir, no excluir. La justicia no se soluciona con medias coercitivas y privativas a los sujetos que la piden.

Finalmente, como respuesta a las preguntas que dieron inicio a esta reflexión: el lugar de la mujer en la escena pública es un campo de batalla y de cuestionamiento permanente, donde las ideas de exclusión y ocultamiento prevalecen a pesar del tiempo…

Por:
Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades
Centro de Estudios Históricos - Facultad de Humanidades - UNMdP

12 de abril de 2010

Una conmemoración más…

Hace poco menos de un mes conmemoramos un nuevo 24 de marzo, que desde hace algunos años se ha visto convertido en feriado nacional. Un evento colectivo habitual para cualquiera que se ubique en el flanco izquierdo del arco ideológico o que ocupe un sitio en ese extraño mundillo de la progresía. Un tono de conmemoración sentida se combina con una inmensa cantidad de banderas y pancartas de diverso colorido y una serie de actividades ya casi rituales en su repetición e inmutabilidad a lo largo del tiempo. Los rostros de las personas que acuden se repiten año tras año, cada una de ellas, entre las que me incluyo, se siente en la obligación de repudiar al gobierno dictatorial caído en desgracia en 1983 y celebrar, de manera contradictoria, esta democracia a la que apreciamos más por los defectos de su alter-ego autoritario que por las virtudes de su devenir. Aunque claro está que eso no es poco.

Sin embargo la sensación de concurrir es agridulce. Ya no se presenta como una manifestación política en sentido estricto, nadie en su sano juicio considera que pueda sobrevenir un gobierno militar de esas características y el fervor militante, cuando existe, corre por raíles paralelos que no se canalizan en absoluto en este acto público. La fragmentación de un colectivo que sólo coincide para repudiar de manera ritualizada y ceremonial un gobierno hace tiempo depuesto no es novedad, pero esas diferencias cada vez se hacen más patentes y muestran una realidad incómoda. Militantes de las más variadas agrupaciones coinciden en ese acto multitudinario (sobre todo si se lo compara con incursiones menos exitosas de protesta, proselitismo o conmemoración), pero cada vez ocultan menos sus diferencias políticas, ideológicas, históricas o fruto de la necesidad imperiosa de diferenciarse entre sí. A los habituales cruces de cánticos, peleas por las disposiciones espaciales, se suman innovaciones con la disputa de la palabra en el escenario que corona el acto y la fractura del acto en varios actos paralelos que imponen su propia agenda de discusión y repudian a sus compañeros circunstanciales en estas fechas.

Este es un cuadro sensacionalista y tendencioso de algo que, con algunas diferencias de matices, se repite año tras año. La obligación social de concurrir a un acto que nos une a muchos en el repudio de algo que no tiene que volver a ser más, en lugar de confluir en un acto político trascendente monta un espectáculo reiterativo que en pasajes bordea lo ridículo. ¿Para que concurrimos? ¿Qué estamos conmemorando? No soy capaz de dar una respuesta única ni inclusiva, sino una personal y limitada. Cada uno tiene un motivo íntimo para seguir yendo, para repudiar la dictadura, para celebrar la democracia, para repudiar ambas, para manifestarse públicamente. Cada uno se siente obligado a ir y se siente en falta si no concurre, quizá la culpa, la tradición o quizá una forma igual de vacua de suplir los vacíos de una militancia que a diferencia de la de otrora no abunda en grandes demostraciones públicas ni en grandes utopías revolucionarias. Un gesto cada vez más limitado de un colectivo inconexo que se auto-convence que 1976 no va a volver a ocurrir, o que, en cualquier caso, no volveremos a perder. Algunos celebrando los avances de la política de DDHH, otros criticando lo insuficiente de cualquier política, y todos juntos recordando. Sin embargo ese convencimiento es demasiado auto-referencial, no vislumbra con claridad que los enemigos están más activos que nunca y se manifiestan de manera subrepticia, comentan en los diarios on-line, reclaman por más seguridad, insistiendo en la restitución del servicio militar obligatorio, y sin embargo nosotros no los vemos.

La celebración del 24 de marzo ya no es más un acto político, ni siquiera es un hecho colectivo. El conglomerado humano que allí se nuclea tiene en cualquier caso necesidades individuales y sectoriales de participar, algunos por reivindicar su propia trayectoria, otros para reclamar por sus muertos, y otros por reivindicar su condición de sujetos conscientes. Pero el hecho social y colectivo no existe, el acto político está coartado por la fragmentación reinante, y hasta la narración histórica es reiterativa y auto-referencial. Nos complace pensar que el enemigo ha muerto, que es un mal recuerdo, porque si debiéramos enfrentarlo como un colectivo nos veríamos derrotados sólo por las deserciones y la falta de convicción militante. Los “malos” serán indeseables y parecerán pocos, pero son fanáticos y persistentes en su militancia por la causa y lo peor que podemos hacer es subestimarlos. Cercano a esa fecha Duhalde hizo una propuesta polémica e intencionalmente alborotadora, un referéndum con respecto a continuar o suspender los juicios a los militares involucrados en la represión ilegal, una chicana política y poco más por parte de una figura que pretende reinsertarse en su carrera política. Sin embargo lo llamativo fue la respuesta que percibí, existió un repudio generalizado a la propuesta por improcedente y reaccionaria, pero me sorprendió el escaso convencimiento con respecto a que si esta propuesta se llevara a cabo ganaría la positiva a la prosecución de los juicios. Evidentemente necesitamos reencontrarnos cada 24 para convencernos entre convencidos. Lamentablemente son muchas las batallas que faltan por dar y, mal que nos pese, hay que saber que el enemigo goza de buena salud y que hoy no estamos en condiciones de enfrentarlo con convicción.


Fernando M. S.

2 de marzo de 2010

Carrió: entre el victimismo y la denuncia permanente

En los últimos días ha ganado relevancia una figura que siempre la ha tenido, al menos en la última década, con su estilo urticante y en tono de denuncia permanente. La Dra. Carrió ha renovado sus fuerzas y una vez más a empezado a endilgar los más alevosos crímenes y los más terribles fraudes a los gobernante de turno, y, a pesar de ser oposición, ha constituido un nuevo estilo de política que le debemos en absoluto a ella y que ha sido la comidilla de las siempre exacerbadas e inconformistas clases medias autóctonas. Una novedad que ahora parece tener poco de nuevo pero que aún no alcanzamos a comprender. Las múltiples denuncias de boicots y complots del más variado signo, de un lado y de otro, la conspiración en cualquier somero acto de gobierno o de manifestación pública, todo ello le debemos en parte a la polémica Elisa Carrió. Cuyo retiro de la política tiene tantas versiones como las giras de despedida de un célebre grupo folklórico liderado por Juan Carlos Saravia, pero sin embargo este tipo de desatinos no parecen afectar su imagen pública de la forma que debería. Paso a explicar esto que acabo de decir.

Mal que nos pese Carrió, como tantos otros personajes de la política más o menos probos, es un emergente de nuestra sociedad y ciudadanía, un resultado en forma de persona física de nuestra impericia política y de nuestra errática conducta político- electoral. La queja permanente es una conducta política que nos enorgullece, que mezcla una sana indignación con un altísimo grado de victimismo, nunca existe, por fortuna, ningún exiguo signo de la dolorosa culpa o de la más digna responsabilidad ante nada. Como fruto del inevitable destino o de un antipático ser superior nos vemos envueltos en circunstancias que jamás pudimos haber previsto, pero de las que nos queremos ver librados inmediatamente, como si esto fuera un derecho inalienable sin ningún deber como contrapartida. En ese sentido opera un mecanismo llamativo en el simple hecho del voto, en el cual aquel que vota al candidato ganador es responsable de los desatinos y aciertos del mandatario de turno, pero aquel que vota a cualquiera de los perdedores no se hace responsable de las numerosas intervenciones mediáticas y acción parlamentaria del candidato al que también votaron por cuatro años, o sea que la responsabilidad debe ser compartida.

El personaje de Carrió cuaja perfecto con la ciclotimia e inconsistencia del extenso electorado argentino, que no tomó una decisión y ya está repartiendo culpas al resto del mundo por lo ilógico de los resultados o por su propia impericia. Cabe aclarar que esa incoherencia política no es patrimonio exclusivo de Carrió ni de sus votantes, pero pareciera que por ocupar el cómodo rol de opositores no pudieran ser sometidos a idénticas críticas como las que reciben asiduamente CFK y compañía. La automática definición ideológica por negación que constituye Carrió, sumada a su incontinencia verbal para denunciar todo tipo de irregularidades y complots que jamás se digna en comprobar o refrendar con prueba alguna, la convierten en un personaje político no sólo impredecible sino decididamente nocivo para cualquier proyecto político o debate mesurado.

Lamentablemente el fenómeno de Carrió, en lugar de haber sido condenado al ostracismo por el resto de los sectores políticos, se ha vuelto un síndrome contagioso que no hace distingos de pertenencia partidaria, adscripción ideológica o trayectoria pública. La últimamente muy repetida “judicialización de la política” o las denuncias cruzadas de complots, boicots o conspiraciones de variado signo fueron un recurso indispensable para Carrió, pero lo cierto es que ha perdido el monopolio de dichas estrategias y su uso se multiplica a un ritmo vertiginoso. En lugar de obviarla, tanto los tradicionales adversarios (Los K, Aníbal, De Vido) como los otrora compañeros de ruta (Margarita, Binner, Cobos) la convierten en una interlocutora válida y replican sus argumentos operando de la misma manera que ella. Todos los temas centrales con alguna relevancia en el último tiempo y que despertaron discusiones más o menos álgidas estuvieron dominados por estos vicios, más allá de lo positivo o negativo de la medida, la centralidad pasa de lo concreto de lo que se está discutiendo a cualquier tipo de acusaciones cruzadas y denuncias de todo tipo.

Lo que presupone todo este tipo de artilugios asociados a las denuncias es una lisa y llana negación de la política, tanto en un sentido electoralista como en un sentido más amplio. Cuando se apela a ese tipo de recursos de denuncia es porque o bien el que los utiliza es incapaz de ganar en los espacios de disputa previstos o bien porque necesita reconstituir una legitimidad por fuera de las vías electorales que no le fueron del todo favorables. Las denuncias de corrupción y, sobre todo, de clientelismo entran en esta categoría, ya que es necesario detentar los recursos estatales para operar de esa forma y, como va de suyo, los recursos, políticos y económicos, estatales sólo pueden ser utilizados por un único sector político, quizá, quepa aclarar, por algunas características de un sistema político marcadamente presidencialista. Lo mismo cabe para los votantes que suponen que su voto guarda una superioridad moral, ya sea por la reflexión previa que le dedican o por la racionalidad política de la que se jactan, y consideran a todos lo demás votos, sobre todos aquellos que dan su victoria al opositor, viciados en origen (Entre los votantes derrotados del Frente para la Victoria circulaba con fuerza la versión de que el voto al candidato De Narváez había sido fruto del efecto mediático de su participación en el programa de Marcelo Tinelli). Hasta tanto no podamos ofrecer una respuesta política y militante a este tipo de profecías autocumplidas, tan bien practicadas por Carrió durante más de una década, estaremos condenados a seguir siendo las cómodas víctimas de un proceso del que preferimos creer no tenemos ninguna responsabilidad ni siquiera en el rutinario y devaluado acto electoral.


Fernando M. S.

9 de febrero de 2010

¿Reforma Electoral=Compromiso Político? La clase media en la encrucijada

De un tiempo a esta parte, gracias a los amigos de la Agrupación 30 de febrero, he tenido la posibilidad de discutir sobre política y actualidad en este blog y creo que llegó el momento de hacer una breve colaboración al mismo. A diferencia de las intervenciones anteriores, la mía va a estar un poco alejada de la reflexión sesuda y tendrá un carácter más arengatorio (si es que esa palabra existe) pero que pretenderá retomar algunas de las cuestiones abordadas. Consciente o inconscientemente el errático andar del Gobierno Nacional no ha llevado a discutir, en grandes término, algunas cuestiones como: Progresismo, Gobierno Popular, Lo correcto y lo incorrecto en política, el discurso político, pragmatismo, coherencia, ideología, medios de comunicación, etc. Todos hemos volcado nuestra opiniones y no han surgido grandes controversias, lo que no quiere decir que no haya habido matices, pero de lo que estoy seguro es que en pocas de esas discusiones hemos abordado cuál es el rol que jugamos nosotros en este contexto, si es que creemos que debemos ocupar alguno(o si hay más de uno). En este sentido, y retomando lo dicho más arriba sobre lo que impulsa a este blog, la Nueva Ley Electoral sancionada a instancias del Gobierno Nacional nos puede permitir empezar a reflexionar sobre esta cuestión.

Este tema nos podría impulsar a discutir sobre si es o no una estrategia para instaurar definitivamente el bipartidismo. Sin embargo, esto no es lo que ahora me interesa. Sino una reflexión sobre aquellos artículos de la ley que establecen internas abiertas y simultáneas para la consagración de fórmulas y mínimos de afiliados para lograr el reconocimiento de las fuerzas políticas como partidos capaces de participar en las elecciones. Si bien estas dos cuestiones tienen que ver con la instauración del Bipartidismo, me parece que tienen más que ver con la participación política de los ciudadanos, y especialmente de aquellos que en los últimos años reniegan de la “política” y de “los políticos” pero que tampoco han asumido grandes compromisos con el desarrollo de la actividad política. Este sector, al cual me referiré como la “clase media argentina” o “medio pelo argentino” en términos hauretchianos, es al que nosotros pertenecemos y en el que nos movemos, sin que sea necesario precisar sobre la ubicación particular de cada uno de nosotros en la misma y a un sector importante de ella es al que, a mi entender, la reforma electoral pone en una encrucijada.

A una gran parte de esta clase media le gustaría que la política fuera una cosa autónoma, neutral, que no implicara mucho tiempo ni discusión. Sin embargo, o quizás por esa representación de lo que les gustaría que fuera la política, es en gran parte muy crítica del sistema político actual (partidos, representantes, instituciones, gobiernos, etc). Ahora, cual es el rol que generalmente y a grandes rasgos desempeña esta clase dentro de la política actual: casi de observador pasivo, de aquel que esta demasiado ocupado como para involucrarse activamente o cree estar más allá de la misma, por lo que en los últimos años no ha sido puntal del sistema político sino más bien todo lo contrario.

Voy a tratar de ser breve en la enumeración de motivos por los sostengo que la Reforma Electoral pondrá a un sector de esta clase en una encrucijada: en principio porque muchos de sus integrantes que tienden a votar a pequeños partidos tanto de derecha como de izquierda deberán realmente reflexionar si su elección se corresponde con una verdadera identificación con las ideas o ideología de ese partido por lo cual deberán afiliarse para que puedan seguir presentándose a elecciones, o si por el contrario, era una manera de mostrar disconformismo con las propuestas de los partidos candidatos a ganar las elecciones por lo que deberán buscar nuevas formas de manifestar su malestar si estos partidos llegan a desaparecer. Por otro lado, aquellos que en los últimos años se han identificado con los grandes partidos tendrán la oportunidad, no siempre presente, de participar en las internas abiertas para la selección de candidatos, anulándose, al menos parcialmente, la posibilidad de desligarse completamente de la responsabilidad en la selección de nuestros candidatos a representantes si después en el ejercicio de sus mandatos nos mostramos disconformes con su elección. Por último hay un tercer sector que generalmente vota a partidos de izquierda y progresistas con un alto grado de conciencia sobre lo que están votando sin por eso estar plenamente involucrados o compenetrados con esas estructuras y participar activamente de la vida interna de los mismos (creo que muchos de nosotros se sentirán identificados con este tercer sector). Hay mayores elementos que podría traer a discusión pero creo que estos tres grandes planteos son ejemplificadores.

Ahora, ¿por qué elegí hablar de clase media y no de toda la población? Simple, porque nosotros estamos inmersos en ella y porque en parte creo que estas disyuntivas que acabo de presentar se hacen carne especialmente en personas como nosotros. La mayoría de nosotros no estamos integrados formalmente en alguna estructura partidaria, algunos hemos tenido experiencias políticas pero nada trascendental, sin embargo se nos puede identificar como personas politizadas (dentro de este contexto). Es probable que este post en realidad esté expresando solo una inquietud personal pero en el fondo creo que es algo con lo que también se pueden identificar. No creo que la Ley en sí sirva para mejorar el sistema político per se, nunca fue mi intención sostener eso, solo manifestar que a mi entender, la Nueva Ley Electoral directa o indirectamente nos llevará a tener que tomar una decisión y posicionarnos dentro del mapa político de cara a las elecciones del 2011, para las cuales las internas abiertas serán un claro termómetro de cómo hemos resulto esta cuestión. Lejos de tener una respuesta satisfactoria a esta pregunta solo tengo incertidumbres. Sin embargo hay algo que tengo claro, tome la decisión que tome, no será el resultado de una elección apresurada y si me con el correr del tiempo me doy cuenta de que estaba equivocado o me veo defraudado en mi fuero interno, no tendré problemas en volver a reflexionar para volverlo a intentar.


Alejandro Morea

29 de enero de 2010

Discurso vacío y disputas estériles

Resulta que los verbos imperativos resultan útiles para las consignas y eslóganes políticos, aunque tranquilamente pueden ser expresiones sin verbo, en cualquier caso se trata de expresiones vacías de sentido. La pregunta reside en por qué resultan más convenientes los contenidos aparentemente “desideologizados”, consignas fáciles y mensajes figurativos. La respuesta es fácil: para poder recoger todas las adhesiones posibles, catch all lo llaman los politólogos, y acceder a fórmulas de poder abarcativas e incuestionables en cierta medida. Por otro lado se crítica la binominalidad que proponen políticamente algunos partidos, agrupaciones o movimientos, los buenos y los malos, nosotros y ellos, alter y ego, amigo - enemigo como gustó nombrar el polémico C. Schmitt, como estrategia de captación y en contra de los disensos y las multiplicidades.

Sin embargo estas alternativas forman, paradójicamente o no, parte de una única realidad, la pretensión de totalidad desemboca en un llano hegemonismo con pretensión unanimista que conduce necesariamente a la construcción de otro externo y antitético. Pasando en limpio, la necesaria invocación a una teórica “sociedad” inspira en el político una necesidad de representarla a toda, más allá de las mediaciones representativas, y eso lleva a generar un sentimiento de pertenencia excluyente, pero sin fundamentos ideológicos. Ahí está la cuestión, tras un discurso repleto de ambigüedades y supuestamente neutral se esconde una actitud marcadamente violenta asociada a la detentación del poder político estatal. ¿Acaso existe una alternativa a eso?

Los llamados partido de clase, que nunca existieron con fortaleza en la Argentina o en EEUU y están prontos a diluirse en Europa Occidental, plagados de dogmas ideológicos guardaban una honestidad política que no existe en estos partidos modernos, frágiles y “desideologizados”. Algunos diagnósticos apocalípticos achacan esto a dos factores fundamentales: los medios de comunicación, y su influencia creciente en la política y en la opinión ciudadana, y los liderazgos personalistas. Los medios de comunicación, en particular la TV del homo videns sartoriano, tienden a trivializar la vida pública, a propiciar el espectáculo mediático por sobre cualquier información que se precie de “objetiva”, a simplificar los mensajes, y a efectuar sondeos tendenciosos, lo efímero de la lógica del show business inunda la política de escándalos, golpes de efecto y un absoluto disvalor de la palabra. El liderazgo personalista tienden a lazos políticos intensos pero efímeros, atados a la volátil popularidad de una imagen pública, mediada por motivos supuestamente irracionales y afectivos, la persona domina cualquier estructura que suponga principios programáticos y puede reinventarse en función de nuevas demandas aún preservando la carcasa institucional que lo contiene parcialmente. Todos argumentos viejos, repetidos e insuficientes; ni el personalismo ni la supuesta omnipotencia de los medios explica las desavenencias de la política, la vacuidad de sus consignas y la, para algunos paradójica, intolerancia entre adversarios.

La pretensión de lo universal existe en toda manifestación política, como ya señalara Ernesto Laclau, al menos en un sistema democrático electoral, no porque se apunte a una especie de absolutismo, sino porque toda propuesta política debe apuntar necesariamente a afectar a la totalidad no a particulares o segmentos políticos. No es responsabilidad de los personalismos haber generado relaciones insolubles de competencia política, en cambio a los partidos le resultan útiles para reinventarse más allá de esos personalismos que explota, el PJ puede ser Menem o Kirchner, la UCR fue Alfonsín y Angeloz. Lo que permite los discursos vacíos (cito expresiones como “Un país en serio”, “Hay alguien nuevo en la política”, o “Síganme, no los voy a defraudar”) es hacer un juego donde todo queda por definir, se ajustan las propuestas a un electorado indefinido pero claramente parcializado y fragmentado en más pequeños colectivos. Por tanto el vacío ideológico tiene una doble vertiente que tiene que ver tanto con los políticos o representantes – y con los partidos - como con los ciudadanos o representados, la ambigüedad permite libres interpretaciones de todo, y como todo debate sin contenido ni sentido claro genera disputas estériles, inacabadas e irresolubles en el debate político.

La cuestión es simple, no existen políticas coherentes porque la coherencia, como ya señale en una intervención anterior, no se lleva bien con la política. Entonces el lógico universalismo de la prédica política se convierte en un criterio selectivo pero inestable, un ensayo-error constante para medir al electorado más allá de los vínculos afectivos-partidarios y sujeta a los avatares de los recursos económicos disponibles para ese fin. Pero el electorado no es inocente, da el voto y lo quita a veces por los mismos motivos sin mediar más que escasos meses entre una y otra decisión, quizá los medios tengan responsabilidad en esto, pero de seguro no con el grado de omnipotencia que le quieren adjudicar. El discurso ambivalente permite las conductas errantes con una racionalidad pasmosa, y genera disputas tan esporádicas como violentas que no tienen solución, que son insalvables porque los motivos de las disputas no son nítidos. Aunque sinceramente sí lo son: alcanzar el poder y obstaculizar a cualquiera que intenté arrebatar ese privilegio.


Fernando M. S.

19 de enero de 2010

Dilemas del gobierno popular

Después de muchos meses de ausencia el blog A30F se reedita. Ciertamente remozado, con algunas ideas nuevas y con otros participantes diferentes a los que originalmente lo concebimos, con el suficiente entusiasmo para gestarlo, pero sin la suficiente constancia como para sostenerlo. Tras un inicio, desde mi modesto entender, que parecía auspicioso y dejaba entrever una proyección repleta de polémicas, intercambios y discusiones, nos encontramos con que resultaba más difícil de lo que creíamos mantener un espacio de estás características siquiera con una mínima porción del fervor que había sido capaz de crearlo. Sin embargo nunca es tarde para retomar proyectos truncos, y más cuando ese “fracaso” fue resultado de una única causa de la cual somos principales responsables por nuestra falta de persistencia y empeño en llevarlos adelante. Es por ello que – y para darle sensación de continuidad – publico un breve texto, como se verá ya viejo, que narra sobre un tema que a pesar de estar desfasado en cuanto a los hechos que remite considero está en el centro de la cuestión política en la actualidad, sino basta con ver http://www.perfil.com/contenidos/2010/01/16/noticia_0010.html. Hecha esta breve introducción, doy la bienvenida a los nuevos protagonistas de este espacio.



Hace algunos días en el hiper-oficialista programa “6-7-8”, emitido en canal 7 de lunes a viernes a las 20 hs, Orlando Barone criticaba a las empresas multimedios, y en particular a Clarín, y las acusaba de atacar a un gobierno popular, y hacía el mismo paralelismo con el caso venezolano. La apreciación del periodista no es para nada errada, las empresas multi-medios ejercen una crítica incansable y permanente al gobierno de Cristina Fernández, y esta tendencia se ha multiplicado a raíz de la centralidad de la Ley de Radiodifusión en el debate político actual. Lo que no queda muy claro es a qué se refiere Barone con la idea de gobierno popular, y cómo se articula esta idea para convertirse en un argumento en sí mismo para proteger y salvaguardar al gobierno de turno de la crítica externa.

¿Qué es lo que convierte en popular a un gobierno? Evidentemente para Barone no se trata únicamente de una mayoría electoral inapelable que respalde una candidatura, una legitimidad democrática-electoral implica sólo el punto de partida y la base a partir de la cual se erige un gobierno popular. La noción del periodista supone, y esto es una opinión mía, dos elementos constitutivos: por un lado, vinculadas a las políticas concretas que ese gobierno lleva adelante, y, en segundo término, el apoyo manifiesto de aquellos sectores sociales más desfavorecidos o pertenecientes a las clases subalternas. La condición de popular es otorgada, no por el consenso de origen, sino por la identificación a posteriori de los sectores populares con las políticas concretas llevadas adelante, el caso de la elección de N. Kirchner es un ejemplo claro a ese respecto dado que su legitimidad electoral de origen era realmente exigua.

El problema radica en identificar e individualizar tanto las medidas concretas como los sectores que sostienen o apoyan a ese gobierno. Ese ejercicio no resulta fácil, y por ende tampoco es habitual. Se construyen esquemas simplificadores que reducen la realidad a relaciones dicotómicas, una dialéctica vulgar que coloca los límites de pertenencia y que reduce las posibilidades al mínimo: o se está en un bando o – necesariamente – se está en el otro. Y para definir esas simplificaciones coadyuvan tanto unos como otros en las distintas contiendas, se conforman colectivos imaginarios rígidos tales como el “gobierno”, el “campo”, los “medios”, la “oposición”, que interactúan en la realidad. En el caso de Barone los “medios” se oponen al “gobierno popular”, el capital monopólico atenta contra un gobierno democrático que, además, es popular. La pregunta que queda, y es la duda que ha alentado esta intervención, es: ¿Hubiera Barone defendido de igual forma a cualquier otro gobierno ante la crítica? ¿La condición de gobierno popular es argumento suficiente para defender todas y cada una de sus políticas? Y en ese caso ¿Quién determina cuando un gobierno merece o no el mote de “popular”?

Se han hecho numerosos trabajos que han puesto en duda el carácter verdaderamente popular del gobierno actual, en sus dos versiones sucesivas, poniendo en el centro de la cuestión justamente las políticas concretas de éstos. Aunque tampoco esto implica defender a los grupos económicos monopólicos o a los opositores, ya que es una ficción suponer que los límites entre ellos se presentan de manera absoluta, los límites son más bien difusos entre estos supuestos sectores identificados en la disputa. Existen vínculos más que directos entre unos y otros. Fracciones y facciones de cada uno de estos grupos y sectores están involucradas y artculadas de distintas formas entre sí. Hay capitales empresarios asociados al kirchnerismo y al PJ; proyectos políticos concretos detrás del empresariado y el periodismo; y sectores populares a favor de unos u otros, o directamente escépticos, frente a esta disputa; además de muchos otros actores políticos y sociales que intervienen en las distintas querellas en cuestión.

La popularidad como rasgo político está permanentemente en entredicho, a veces para ejercer criticas superficiales, otras para hacer una apología sistemática de ciertas prácticas de corte populista. El centro del debate y el dilema está dominado sin dudas la experiencia venezolana con el presidente Chávez a la cabeza, subestimado desde estás latitudes tanto por sus detractores más acérrimos como por sus adeptos más incondicionales. El de Venezuela es hoy el prototipo de gobierno popular/populista defendido y defenestrado con el mismo fervor e idéntica superficialidad, y con él otras experiencias latinoamericanas muy diferentes entre sí. La condición de popular no debería estar en entredicho ni en un caso ni en otro, más allá del mero formalismo democrático y la llana ingenuidad de que cualquier gobierno debería incurrir en prácticas que se acerquen en algo al “bien común” (si tal cosa existe), si no remite a cuestiones concretas que atañen al quehacer político y de gestión. En debates metafísicos el rasgo de popular puede ser eternamente disputado, ya sea para apropiárselo o para vilipendiarlo con denuncias muchas veces incomprobables, a menos que estemos dispuestos a hacer un ejercicio de crítica más minuciosa y concreta, donde las palabras tengan una correlación efectiva con hechos de la realidad, donde lo superfluo no domine lo importante, donde la discusión sea verdaderamente política.


Fernando M. S.