26 de abril de 2010

Discursos sobre la discapacidad: la esquizofrenia planificada del poder

Cuando una persona tiene una discapacidad (física, mental, sensorial o visceral) empieza a ser colonizado por un discurso altamente esquizofrénico. Y es que la persona se encuentra ante una sociedad en la cual los discursos sobre la diversidad y la integración son ampliamente difundidos. Así, pareciera que se trata de una sociedad más abierta e integradora. Sin embargo, estos discursos integradores esconden un mecanismo perverso. La falta de acciones concretas en donde estos discursos se materialicen son el primer indicio de esto.

Detrás “del verde valle de la multiculturalidad” y los discursos políticamente correctos, se encuentra el oscuro desierto de la marginación y la exclusión. En este árido medio, el discurso del “tu puedes” nos apela para que nos centremos en nosotros mismos como portadores de un padecimiento y que creamos que la integración y la dignidad solo es un problema de cuanto nos hemos esforzado para lograr dichas metas, desconociendo la hipoteca social que recae sobre toda la comunidad en la responsabilidad que cabe en las políticas de inclusión. Así muchos y muchas nos esforzamos para llegar “al podio de los aceptados” realizando esfuerzos que solo tienen sentido ante los ojos de los demás.

Se trata de la trampa de “la goma de borrar”. Como personas con discapacidad podemos integrarnos en “el hermosos valle” a cambio de que mantengamos en silencio nuestros cuerpos. Un silencio para no incomodar, un silencio para encajar, en definitiva, un silencio como chantaje a cambio de la integración. Con estos mecanismos no solo se silencian nuestras experiencias particulares sino que se diluye el problema fundamental: LA DISCAPACIDAD ES UN PROBLEMA SOCIAL.

Este problema atraviesa diferentes aspectos sociales de forma vertical. Desde la problemática de género podemos advertir que la discapacidad física, mental y sensorial afecta directamente “el ser masculino” que dentro del patriarcado se impone a todos los varones. El cuerpo del varón con una discapacidad parece despojado de toda posibilidad de acceder al podio de los machos. El cuerpo de algunos de nosotros parece lavado por una especie de “lavandina anti deseo” que nos deja limpios como un objeto de laboratorio asexuado, mientras que a otros se nos impone una sexualidad desde las familias que poco tienen que ver con nuestros deseos y tiempos. A la lavandina se le suma el discurso falocentrico que se nos impone, “solo serás sexualmente feliz si logras una buena erección y mucho mas si logras tener un esperma apto para la procreación” negando otros aspectos de nuestro cuerpo y sexualidad. La dificultad de acceder a la esfera del trabajo agrava esta situación ya que nos quita la posibilidad de lograr una autonomía económica.

En el caso de la mujer con discapacidad muchas veces las particularidades de su cuerpo agrava la vulnerabilidad que el sistema capitalista patriarcal impone a la mayoría de las mujeres. Además de quedar afuera de los cánones de belleza que la sociedad impone, (siendo lavados sus cuerpos con la misma lavandina anti deseo similar a la del varón) y de ponerse en cuestión su capacidad de dar y recibir placer, de ejercer la maternidad, y su capacidad laboral, la mujer con discapacidad puede estar más vulnerable a la violencia domestica.

A todo esto se le suma las innumerables barreras arquitectónicas que transforman a las ciudades en verdaderas cárceles. Al no poder acceder plenamente a nuestros derechos a transitar, muchos y muchas nos enfrentamos a una clara violación de nuestras libertades ambulatorias garantizadas en la declaración universal de los derechos humanos y la normativa internacional concordante, en consecuencia, al peligro de quedar confinados/as a la esfera domestica sin poder desarrollar nuestras capacidades plenamente. Quizás el monumento a las restricciones arquitectónicas más claro sea el edificio de nuestra universidad nacional de Mar Del Plata la cual en vez de una casa de altos estudios se asemeja más a un laberinto darwinista donde solo los más aptos pueden llegar al conocimiento. A las arquitectónicas debemos agregar las barreras informativas que se traducen en carteles ilegibles, señales poco claras para las personas con disminución visual, la falta de interpretes de lenguas de señas en las clases que se dictan en establecimientos públicos, lo que hace inviable un verdadero proceso de integración educativo, cultural, social y laboral de las personas con discapacidad.

Muchas herramientas tecnológicas pueden asegurarnos una mayor plenitud en cuanto calidad de vida. Pero en el sistema capitalista dichas herramientas quedan relegadas a una minoría casi irrisoria mientras que los que hablan de integración y tolerancia nunca se plantean la necesidad de acercar dichas herramientas a nuestra comunidad. Con respecto a esto, es lamentable que cierto pensamiento naturalista de izquierda no contemple esta visión sobre la tecnología. A veces, lo que para algunos es solo objeto de consumo para otros y otras es vital, como verdaderas prótesis electrónicas.

A este problemático panorama creemos que es necesario comenzar a enfrentar rompiendo el silencio, pudiendo transmitir y problematizar nuestra realidad. Ya estamos cansados y cansadas de estar presos y presas en las ciudades, de quedar afuera de todas las agendas de izquierda, de estar mas cerca de la línea de pobreza, de que nos interpelen con discursitos bonitos y por sobre todo de ser portadores y portadoras de un silencio que sabemos no es completamente nuestro fundamentalmente es de ustedes.

21 de abril de 2010

Excluidas o protegidas: Vagones “exclusivos” para mujeres en la ciudad de Buenos Aires


Esta contribución fue escrita para el programa LA Flor Y NATA de Radio Universidad. El mismo fue reproducido en el programa trasmitido el martes 20 de Abril de 2010.


Hace unos días se publicó en los medios de comunicación una noticia que nos hace pensar e incita a resistir: ¿Qué lugar ocupan las mujeres en la vida pública para algunos sectores sociales? ¿Cómo construyen imágenes a partir de ese lugar asignado? y ¿Qué imagen de las relaciones entre los géneros da?

La noticia que recorrió los periódicos y los noticieros fue la propuesta de Gerardo Ingaramo, diputado en la ciudad de Buenos Aires por el PRO. La misma hacía referencia a la designación de un vagón del subte, especialmente de la línea H, para uso exclusivo de las mujeres y niños menores de 12 años. Esta línea a diferencia de las demás, que permanece en construcción, está bajo la jurisdicción del gobierno de la ciudad. Tal propuesta se pretende justificar dentro de los “niveles de violencia”, especialmente abusos sexuales, cuyos antecedentes se registran en 2006 con tres denuncias en la línea D y B. La propuesta ya se pone en práctica en otros países como India, Rusia, Filipinas, Japón, México y recientemente Brasil.

En palabras del autor del proyecto "La iniciativa busca crear las condiciones necesarias para evitar posibles casos de acoso en los subterráneos. El frecuente abarrotamiento de gente en el transporte público, sobre todo en horas pico, contribuye a que los casos de acoso y manoseo se multipliquen". Aclaró, por otro lado, que tal iniciativa se realizaría específicamente en esos horarios donde el movimiento de personas es mayor.

Ahora bien, ¿es necesario y conveniente que se piensen y se lleven a cabo estas iniciativas?

La idea de instalar un vagón exclusivo de mujeres y niños parece una medida de principios de siglo, y no precisamente del XXI. ¿Cuál es la idea que subyace en este cuestionamiento y dan inspiración a esta columna? Precisamente la aberración que esto genera. Si bien, no se pone en duda los abusos, ni aquellas sensaciones que las mujeres sienten una vez que suben a los micros, subtes o cualquier medio de trasporte, si se pone en duda que este proyecto sea la solución y no signifique otro tipo de agravios.

Las imágenes que desprenden de esos vagones representan un imaginario social. Las mujeres cercenadas a espacios públicos reducidos, donde la participación de las mismas se encuentra relegada y puesta en discusión permanente. Pensado a través de un color que distingue: el rosa, supuesto universal de mujer, cuya tonalidad recrea la concepción de lo femenino: amor, sensibilidad y maternidad. Intentado con esto la comodidad y la exclusividad de utilizar “su espacio”, esta referencia se hace explicita porque todos los vagones llevan ese color como distinción.

La posición del hombre como sujeto acosador en el proyecto no es problematizada, sólo se menciona el nuevo lugar que la mujer ocuparía. El hombre es el intocable en esta relación, ya que se le dejan los mismos derechos y espacios que hasta ahora tienen. La imagen de hombre asediado por su instinto natural incontenible que asecha a la presa, indefensa por su condición, y la concepción del abuso sexual justificado por medio del amontonamiento, dejando a un lado la justificación que subyace: el simbolismo de género. Siguiendo con la propuesta de Ingaramo, si este sistema se implementase en horarios picos, ¿qué pasa con aquellas mujeres que deben trasladarse en otros horarios, no se trasladan o transgreden los espacios, incitando a que los hombres hagan de ella, lo cual coincidiría con la imagen de la mujer libertina? O deben por su condición de mujer optar por recluirse al ámbito de lo privado, donde las perversiones no tocan la puerta…o por lo menos no son del espacio público, por lo tanto no es lugar donde la política tenga que dar soluciones…

Por sobre estas ideas, creo que la imagen que se desprende de esta iniciativa es la relegación, la culpabilización y exclusión de la mujer de un ámbito público que “es para todas y todos”. Su ámbito no está en estos espacios, sino en la casa al cuidado de los demás, especialmente los niños. Reproduce la contención y el sometimiento a las decisiones paternalistas. También la idea de la mujer culpable de la tentación del hombre, la imagen de Eva, la tentación hace corruptibles a los hombres castos.

La construcción de un espacio de reclusión para mujeres no aleja los problemas que se quieren ocultar. La educación y la cultura deben modificarse para que estos acontecimientos no se produzcan. Los espacios deben ser iguales para todos. Las decisiones y los proyectos deben incluir, no excluir. La justicia no se soluciona con medias coercitivas y privativas a los sujetos que la piden.

Finalmente, como respuesta a las preguntas que dieron inicio a esta reflexión: el lugar de la mujer en la escena pública es un campo de batalla y de cuestionamiento permanente, donde las ideas de exclusión y ocultamiento prevalecen a pesar del tiempo…

Por:
Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades
Centro de Estudios Históricos - Facultad de Humanidades - UNMdP

12 de abril de 2010

Una conmemoración más…

Hace poco menos de un mes conmemoramos un nuevo 24 de marzo, que desde hace algunos años se ha visto convertido en feriado nacional. Un evento colectivo habitual para cualquiera que se ubique en el flanco izquierdo del arco ideológico o que ocupe un sitio en ese extraño mundillo de la progresía. Un tono de conmemoración sentida se combina con una inmensa cantidad de banderas y pancartas de diverso colorido y una serie de actividades ya casi rituales en su repetición e inmutabilidad a lo largo del tiempo. Los rostros de las personas que acuden se repiten año tras año, cada una de ellas, entre las que me incluyo, se siente en la obligación de repudiar al gobierno dictatorial caído en desgracia en 1983 y celebrar, de manera contradictoria, esta democracia a la que apreciamos más por los defectos de su alter-ego autoritario que por las virtudes de su devenir. Aunque claro está que eso no es poco.

Sin embargo la sensación de concurrir es agridulce. Ya no se presenta como una manifestación política en sentido estricto, nadie en su sano juicio considera que pueda sobrevenir un gobierno militar de esas características y el fervor militante, cuando existe, corre por raíles paralelos que no se canalizan en absoluto en este acto público. La fragmentación de un colectivo que sólo coincide para repudiar de manera ritualizada y ceremonial un gobierno hace tiempo depuesto no es novedad, pero esas diferencias cada vez se hacen más patentes y muestran una realidad incómoda. Militantes de las más variadas agrupaciones coinciden en ese acto multitudinario (sobre todo si se lo compara con incursiones menos exitosas de protesta, proselitismo o conmemoración), pero cada vez ocultan menos sus diferencias políticas, ideológicas, históricas o fruto de la necesidad imperiosa de diferenciarse entre sí. A los habituales cruces de cánticos, peleas por las disposiciones espaciales, se suman innovaciones con la disputa de la palabra en el escenario que corona el acto y la fractura del acto en varios actos paralelos que imponen su propia agenda de discusión y repudian a sus compañeros circunstanciales en estas fechas.

Este es un cuadro sensacionalista y tendencioso de algo que, con algunas diferencias de matices, se repite año tras año. La obligación social de concurrir a un acto que nos une a muchos en el repudio de algo que no tiene que volver a ser más, en lugar de confluir en un acto político trascendente monta un espectáculo reiterativo que en pasajes bordea lo ridículo. ¿Para que concurrimos? ¿Qué estamos conmemorando? No soy capaz de dar una respuesta única ni inclusiva, sino una personal y limitada. Cada uno tiene un motivo íntimo para seguir yendo, para repudiar la dictadura, para celebrar la democracia, para repudiar ambas, para manifestarse públicamente. Cada uno se siente obligado a ir y se siente en falta si no concurre, quizá la culpa, la tradición o quizá una forma igual de vacua de suplir los vacíos de una militancia que a diferencia de la de otrora no abunda en grandes demostraciones públicas ni en grandes utopías revolucionarias. Un gesto cada vez más limitado de un colectivo inconexo que se auto-convence que 1976 no va a volver a ocurrir, o que, en cualquier caso, no volveremos a perder. Algunos celebrando los avances de la política de DDHH, otros criticando lo insuficiente de cualquier política, y todos juntos recordando. Sin embargo ese convencimiento es demasiado auto-referencial, no vislumbra con claridad que los enemigos están más activos que nunca y se manifiestan de manera subrepticia, comentan en los diarios on-line, reclaman por más seguridad, insistiendo en la restitución del servicio militar obligatorio, y sin embargo nosotros no los vemos.

La celebración del 24 de marzo ya no es más un acto político, ni siquiera es un hecho colectivo. El conglomerado humano que allí se nuclea tiene en cualquier caso necesidades individuales y sectoriales de participar, algunos por reivindicar su propia trayectoria, otros para reclamar por sus muertos, y otros por reivindicar su condición de sujetos conscientes. Pero el hecho social y colectivo no existe, el acto político está coartado por la fragmentación reinante, y hasta la narración histórica es reiterativa y auto-referencial. Nos complace pensar que el enemigo ha muerto, que es un mal recuerdo, porque si debiéramos enfrentarlo como un colectivo nos veríamos derrotados sólo por las deserciones y la falta de convicción militante. Los “malos” serán indeseables y parecerán pocos, pero son fanáticos y persistentes en su militancia por la causa y lo peor que podemos hacer es subestimarlos. Cercano a esa fecha Duhalde hizo una propuesta polémica e intencionalmente alborotadora, un referéndum con respecto a continuar o suspender los juicios a los militares involucrados en la represión ilegal, una chicana política y poco más por parte de una figura que pretende reinsertarse en su carrera política. Sin embargo lo llamativo fue la respuesta que percibí, existió un repudio generalizado a la propuesta por improcedente y reaccionaria, pero me sorprendió el escaso convencimiento con respecto a que si esta propuesta se llevara a cabo ganaría la positiva a la prosecución de los juicios. Evidentemente necesitamos reencontrarnos cada 24 para convencernos entre convencidos. Lamentablemente son muchas las batallas que faltan por dar y, mal que nos pese, hay que saber que el enemigo goza de buena salud y que hoy no estamos en condiciones de enfrentarlo con convicción.


Fernando M. S.