2 de marzo de 2010

Carrió: entre el victimismo y la denuncia permanente

En los últimos días ha ganado relevancia una figura que siempre la ha tenido, al menos en la última década, con su estilo urticante y en tono de denuncia permanente. La Dra. Carrió ha renovado sus fuerzas y una vez más a empezado a endilgar los más alevosos crímenes y los más terribles fraudes a los gobernante de turno, y, a pesar de ser oposición, ha constituido un nuevo estilo de política que le debemos en absoluto a ella y que ha sido la comidilla de las siempre exacerbadas e inconformistas clases medias autóctonas. Una novedad que ahora parece tener poco de nuevo pero que aún no alcanzamos a comprender. Las múltiples denuncias de boicots y complots del más variado signo, de un lado y de otro, la conspiración en cualquier somero acto de gobierno o de manifestación pública, todo ello le debemos en parte a la polémica Elisa Carrió. Cuyo retiro de la política tiene tantas versiones como las giras de despedida de un célebre grupo folklórico liderado por Juan Carlos Saravia, pero sin embargo este tipo de desatinos no parecen afectar su imagen pública de la forma que debería. Paso a explicar esto que acabo de decir.

Mal que nos pese Carrió, como tantos otros personajes de la política más o menos probos, es un emergente de nuestra sociedad y ciudadanía, un resultado en forma de persona física de nuestra impericia política y de nuestra errática conducta político- electoral. La queja permanente es una conducta política que nos enorgullece, que mezcla una sana indignación con un altísimo grado de victimismo, nunca existe, por fortuna, ningún exiguo signo de la dolorosa culpa o de la más digna responsabilidad ante nada. Como fruto del inevitable destino o de un antipático ser superior nos vemos envueltos en circunstancias que jamás pudimos haber previsto, pero de las que nos queremos ver librados inmediatamente, como si esto fuera un derecho inalienable sin ningún deber como contrapartida. En ese sentido opera un mecanismo llamativo en el simple hecho del voto, en el cual aquel que vota al candidato ganador es responsable de los desatinos y aciertos del mandatario de turno, pero aquel que vota a cualquiera de los perdedores no se hace responsable de las numerosas intervenciones mediáticas y acción parlamentaria del candidato al que también votaron por cuatro años, o sea que la responsabilidad debe ser compartida.

El personaje de Carrió cuaja perfecto con la ciclotimia e inconsistencia del extenso electorado argentino, que no tomó una decisión y ya está repartiendo culpas al resto del mundo por lo ilógico de los resultados o por su propia impericia. Cabe aclarar que esa incoherencia política no es patrimonio exclusivo de Carrió ni de sus votantes, pero pareciera que por ocupar el cómodo rol de opositores no pudieran ser sometidos a idénticas críticas como las que reciben asiduamente CFK y compañía. La automática definición ideológica por negación que constituye Carrió, sumada a su incontinencia verbal para denunciar todo tipo de irregularidades y complots que jamás se digna en comprobar o refrendar con prueba alguna, la convierten en un personaje político no sólo impredecible sino decididamente nocivo para cualquier proyecto político o debate mesurado.

Lamentablemente el fenómeno de Carrió, en lugar de haber sido condenado al ostracismo por el resto de los sectores políticos, se ha vuelto un síndrome contagioso que no hace distingos de pertenencia partidaria, adscripción ideológica o trayectoria pública. La últimamente muy repetida “judicialización de la política” o las denuncias cruzadas de complots, boicots o conspiraciones de variado signo fueron un recurso indispensable para Carrió, pero lo cierto es que ha perdido el monopolio de dichas estrategias y su uso se multiplica a un ritmo vertiginoso. En lugar de obviarla, tanto los tradicionales adversarios (Los K, Aníbal, De Vido) como los otrora compañeros de ruta (Margarita, Binner, Cobos) la convierten en una interlocutora válida y replican sus argumentos operando de la misma manera que ella. Todos los temas centrales con alguna relevancia en el último tiempo y que despertaron discusiones más o menos álgidas estuvieron dominados por estos vicios, más allá de lo positivo o negativo de la medida, la centralidad pasa de lo concreto de lo que se está discutiendo a cualquier tipo de acusaciones cruzadas y denuncias de todo tipo.

Lo que presupone todo este tipo de artilugios asociados a las denuncias es una lisa y llana negación de la política, tanto en un sentido electoralista como en un sentido más amplio. Cuando se apela a ese tipo de recursos de denuncia es porque o bien el que los utiliza es incapaz de ganar en los espacios de disputa previstos o bien porque necesita reconstituir una legitimidad por fuera de las vías electorales que no le fueron del todo favorables. Las denuncias de corrupción y, sobre todo, de clientelismo entran en esta categoría, ya que es necesario detentar los recursos estatales para operar de esa forma y, como va de suyo, los recursos, políticos y económicos, estatales sólo pueden ser utilizados por un único sector político, quizá, quepa aclarar, por algunas características de un sistema político marcadamente presidencialista. Lo mismo cabe para los votantes que suponen que su voto guarda una superioridad moral, ya sea por la reflexión previa que le dedican o por la racionalidad política de la que se jactan, y consideran a todos lo demás votos, sobre todos aquellos que dan su victoria al opositor, viciados en origen (Entre los votantes derrotados del Frente para la Victoria circulaba con fuerza la versión de que el voto al candidato De Narváez había sido fruto del efecto mediático de su participación en el programa de Marcelo Tinelli). Hasta tanto no podamos ofrecer una respuesta política y militante a este tipo de profecías autocumplidas, tan bien practicadas por Carrió durante más de una década, estaremos condenados a seguir siendo las cómodas víctimas de un proceso del que preferimos creer no tenemos ninguna responsabilidad ni siquiera en el rutinario y devaluado acto electoral.


Fernando M. S.