18 de agosto de 2009

Lo políticamente incorrecto (sin comillas)

Fernando M. S.

La política es praxis, y una praxis que se lleva mal con la ética, la moralina, pero sobre todo con cualquier cosa que se parezca a la coherencia. Y de todas aquellas cosas que nos quejamos de la política, la que menos aparece es la coherencia, a no ser que pensemos en denunciar a otros por sus malas decisiones o achacarle a algún político de turno habernos traicionado, por más caduca que esta expresión resulte. Pero, por lo general, nuestra coherencia no entra en cuestión, ni para asumirla ni para modificarla.
En ese terreno es indiferente considerarse de derecha o de izquierda, con o sin comillas, sino nos paramos y actuamos con decisión en función de esas posturas. Resulta muy fácil asumirse como izquierdista sin exponer con claridad que supone eso, vituperamos que se trata de una categorización laxa y carente de sentido, pero, sin embargo, nos preocupa muchísimo no quedar excluidos de ese inmenso y abarcativo club de los progresistas-izquierdistas-reformistas, con todos los centrismos (centro-), los pseudismos (pseudo-) y los neismos (neo-). No sabemos de qué se trata, pero aún así no nos gusta quedarnos afuera, aunque ni hablemos de actuar en consecuencia.
Nos encanta disfrutar el dulce sabor de los fines, y engolosinarnos en argumentos inagotables a favor o en contra de distintas medidas, personas, movimientos o partidos con total libertad, ponderando sus resultados. En cambio no nos sentimos tan cómodos cuando tenemos que enfrentarnos a los menos nobles y más opacos medios, preferimos pensar en términos de la generación espontánea, pero jamás poner en tela de juicio nuestra coherencia.
La política no es noble, no es éticamente correcta. No nos gusta saber eso, justamente porque preferimos regodearnos en los fines, proyectarnos en ellos, y no dar cuenta de los medios que esos fines implican, o implicarían. El costo que hay que pagar, ético o material, para conseguir lo que nos parece la mejor alternativa, e incluso si se tratara de la menos mala de ellas, preferimos evitarlo. Nos parece óptimo un sistema de salud y educación pública, pero con la misma repentización podemos afirmar que nos disgusta que nos cobren muchos impuestos, sin notar apenas una contradicción en ello. Y es éste un ejemplo obvio entre muchos otros que no lo son. ¿Son acaso frágiles e indefinidos los límites entre izquierda y derecha? ¿O, en realidad, refleja las contradicciones propias de todos los actores políticos, asumidos o no como tales?
Las posturas son diversas en torno a estas preguntas, algunas más cómodas que otras. Podemos construirnos un relato teleológico, absolutamente auto-justificatorio, que organice nuestras ideas, posturas y decisiones en un perfecto continuum de coherencia y sentido racional. Otra alternativa es reconocerse como testigo pasivo, impertérrito y omnipotente observador, que todo lo crítica pero nada hace. Posición que criticamos, pero que rápidamente recuperamos, para no olvidar nunca nuestro rol de intelectuales. Y, finalmente, están aquellas que nos obligan a comprometernos con nuestra acción, y poner en juego nuestra coherencia.
En primer lugar tenemos que asumir la lógica, y hasta natural, incoherencia que nos rige en nuestros pensamientos. Hasta el más racionalista tiene un sustrato de pensamiento que puede no serlo, una cuota de creencias, traducidas en forma axiomática, que, como tales, nunca son fundamentadas ni puestas en duda. Asumirlo es un gran primer paso, reconocer que no sólo los partidos políticos, los líderes, la prensa, o la “gente”, ese sujeto colectivo indefinido que siempre pareciera andar por la senda equivocada, se presentan incoherentes ante nuestro juicio inapelable, al que deberíamos también someternos.
En segundo lugar, es importante devolverle a la política su dimensión práctica, una toma de posición concreta de nuestra parte, asumiendo que no existe una pureza, la política es violencia, y no otra cosa más halagüeña para nuestras carcomidas conciencias. Nos gustan las ideas de izquierda, hasta podemos flirtear con la revolución, pero no asumimos que costos eso implica, nos parece un delirio pensar en las acciones armadas o en la expropiación, pero tampoco abundan las alternativas. Del otro lado del espectro pasa otro tanto, asumen que es necesario terminar con la delincuencia, pero nos da escozor pensar en la pena capital como medida, nada hay más efectivo que eso dentro de la lógica de “muerto el perro…” que tanto se cultiva. Por ello es preciso dar un salto de responsabilidad, ver los dos lados de la moneda que lanzamos cada uno de nosotros, la realidad es compleja y cada uno de nosotros un elemento, si bien ínfimo, insustituible. Si gana un candidato que no nos gusta no es porque existen personas idiotas que miran a Tinelli, tomando una imagen habitual, sino, muy por el contrario, que nosotros no fuimos capaces de ofrecer una alternativa política a eso, desde nuestro voto y nuestra militancia. Esto no es una oda al voluntarismo, pero es preciso hacernos cargo de algo alguna vez.

Fernando M. S.
In memorian Prof. María Celia Beneitez

8 comentarios:

  1. Coincido con Fernando en cuanto a la recuperación de la importancia que se le debe dar a la praxis, y por sobre todo en la caracterización de la política que realiza en la primer parte de su publicación.
    Sin embargo, creo que en la política si están presentes las características éticas y la ideología, aunque sea como meros limitantes de la capacidad de negociación.
    En cuanto al esfuerzo por quedar dentro del espectro de la izquierda, creo que es un problema habitual para quienes han participado en algún proyecto político, por menor que este sea. La chicana política obliga a estar alerta a este riesgo de encaminarse al barranco de la derecha, por lo que muchos solemos estar en guardia (situación que, creo firmemente, aumenta sobre todo cuando discutimos sobre temáticas generales).
    Y por ultimo, creo que la falta de una alternativa política es una situación que nos excede, en primer lugar, por el tiempo que llevaría construirla, pero por el otro lado nos compromete, ya que la militancia esta dentro de nuestras posibilidades (aunque muchos lo vean como ajeno). Esto último puede ser matizado, pero creo que la mejor alternativa ante la queja desmedida es la práctica política, que nos permitirá delinear de una mejor manera las alternativas y las posibilidades de alcanzar ciertos fines acordes a nuestra ideología.
    Emmanuel J.

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  2. Una cuestion que quiero aportar, más alla de coincidir en líneas generales con el post de Fer. En cuanto al tema de la participación en política, me parece que todavía perviven en nuestra sociedad algunos resabios de la última dictadura militar. Por supuesto que esto es algo que se debería desarrollar con más profundidad, pero tengo la sensación de que, consciente o inconscientemente, tenemos como sociedad ciertas reticencias a la hora de comprometernos políticamente en algo. Me parece que nuestra generación tiene la obligación de hacer un análisis más profundo en cuanto a lo que significa la "militancia". Quizas esa palabara todavía nos siga sonando un poco fuerte...

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  3. Me parece interesante analizar un poco en dos aspectos lo que escribe Fer, que, considero, están estrechamente relacionados: por un lado, la díada coherencia-incoherencia, y por otro, como destaca Emma, en la recuperación de la praxis en la política. En cuanto a lo primero, creo que hay que decidir si características como la coherencia, la consecuencia, y, en definitiva, los ideales, son o no un valor en el hacer político, en función de lo cual, tendrá sentido o no achacarle a alguien ser incoherente, ser inconsecuente, o ser de derecha o izquierda. Si no consideramos los valores éticos, morales o ideológicos como parte de la política, vano es que se los reclamemos a los actores actuales o lo consideremos a la hora de intentar construir una alternativa. Si, de otro modo, consideramos que dentro de la caracterización de la política están incluidas esas nociones, indefectiblemente deben ser tomadas en cuenta a la hora de pensar políticamente, tanto para entender el pasado como para discutir el presente o proyectar el futuro. Y ésto me lleva a lo segundo: la importancia de la praxis en la política. Sólo se puede convalidar la ideología que se supone uno ostenta en tanto y en cuanto ello venga acompañado de la correlación paráctica concreta. Si bien creo que el ejemplo del final del artículo es un poco extremo, ya que los procesos de consolidación de actores políticos son más largos y complejos (uno no puede generar una alternativa política de la nada), sí coincido con la valoración de fondo: la inexistencia de figuras de izquierda con llegada nacional, y la incapacidad de generar candidatos propios, son responsabilidad nuestra, más que de los medios, los aparatos políticos, o cual sea el chivo expiatorio que busquemos para soslayar nuestra culpa y limpiar nuestra conciencia. Y termino resaltando una idea que me parece central en la discusión de cómo será (o cómo podemos lorgar que sea) la alternativa política que nos representa: "...es preciso dar un salto de responsabilidad..." .No podría estar más de acuerdo. Si como sociedad seguimos pensando la política en términos maniqueos y sin profundidad difícilmente podamos construir el espacio que, a título personal considero, la política nacional necesita...

    Hernán V.

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  4. Ante todo felicitaciones por el blog, y al artículo de Martín que le dio comienzo a esta gran herramienta de reflexión, a mi entender.
    Con respecto al artículo de Fer en sí, coincido con el en cuanto a la praxis como piedra angular de la política, en cuanto representa la única forma de construir verdaderamente, dejando a un lado el vacío de acción que el individuo como parte de la sociedad en sí reclama. Pero para comprender esta acefalía pragmática que se agudiza en nuestro andamiaje nacional, es necesario puntualizar teóricamente en cuanto al valor que realmente se otorga a la praxis dentro de este contexto. Dentro de mi punto de vista, la política en este último período temporal se caracterizó por ser firmemente personalista, utilizando como estructura discursiva el acabado debate bipartidista, que no permite ampliar esta dicotomía hacia un ámbito plural donde puedan encontrarse posturas con una mayor riqueza en lo teórico como en lo práctico.
    Como bien alega Hernán, es necesario también aseverar o no la inclusión de los valores éticos, morales e ideológicos dentro del concepto de política. Es aquí donde encuentro una íntima relación entre la responsabilidad y la coherencia que reclama Fer en el artículo y los valores anteriormente enumerados. Actuando en consecuencia, la responsabilidad genera (o debería generar) una presunción de convencimiento en los valores adyacentes a la praxis en sí.
    Por otra parte, realmente comparto la reflexión de Martín con respecto a la militancia, en cuanto todavía no se asume este concepto como parte vinculante de nuestra realidad política, generando una reticencia carente de verdadero sentido, ya que la militancia alienta la creación de espacios en donde, como en este caso, podamos discutir plenamente acerca de las cuestiones que nos resulten relevantes.


    Un abrazo a todos.

    Luciano Burket.

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  6. Hay realmente una contradicción? Se puede afirmar que existe separación actual de la praxis y la política? Existe alguna forma de pensar la política sin la praxis? Fernando dice atinadamente en el post que "Si gana un candidato que no nos gusta no es porque existen personas idiotas que miran a Tinelli" y me parece que ese es el meollo de la cuestión. Es subestimar demasiado al grueso de la población el afirmar que el grado de participación es bajo, que no les interesa la política, en fin, que su opinión está equivocada. La desidia en sí es un acto totalmente político, y dando vuelta el axioma de Zitarrosa, mil pasivos son mucho más fuertes que un voluntarista. Hoy por hoy eñ gris es regla, y en parte supongo que es por la derrota desastroza (derrota aceptada de antemano) de la izquierda en uno de los rubros inherentes a la política (vayamos aceptándolo) como son la resonancia y la publicidad.

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  7. Agradezco los comentarios a todos, e intentaré esbozar una suerte de respuesta y replanteos a sus cuestiones, opiniones y observaciones.
    Apareció fuertemente en sus intervenciones, sobre todo en las de Emma y Hernán, la cuestión de la ética y la ideología como freno o contraparte de la praxis, por cierto algo exagerada, que yo defendí. Y no es casualidad esto. Ya que el ejercicio fue hecho con ese objetivo, es decir que se asumiera la cara menos ética de la política, criticando las posturas que combinan la ética con la política como un todo indisoluble, haciendo a una causa de la otra o viceversa. Carrió construyó una carrera política en base a esa relación, y el propio Alfonsín vivió y murió políticamente en ese juego que Horacio González llamó inteligentemente "bonapartismo ético".
    Martín incorpora la dimensión de la dictadura como frontera histórica necesaria para entender la política actual. Es cierto, pero en el discurso colectivo se ha cargado a este hito de cierta omnipotencia que para lo único que ha servido es para justificar la inacción.
    En ese sentido creo que Davor incorpora la dimensión que faltaba a mi argumentación, que tiene que ver con la desidia como praxis política. Eso complejiza la realidad, y obliga a replantear nuestras propias concepciones de la política y del deber ser militante. La desidia es el hiperfinalismo de la praxis política, ya que no implica medios ni costos de decisión: siempre somos víctimas o beneficiarios de las decisiones de otros. Y creo, si bien lo que dice Luciano es cierto, que va mucho más allá de la cuestión del personalismo.

    FEr

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